miércoles, 29 de diciembre de 2010
Las películas del 2010 que dejé en el tintero...
martes, 21 de diciembre de 2010
¿Qué películas del 2010 compraría en DVD?
sábado, 18 de diciembre de 2010
Cine con buen nota
El cine, el gran medio de la súper emoción, no sería lo mismo sin la música. A veces es sólo un pequeño acompañamiento, un apoyo de sus momentos más alegres, más tristes o más épicos; pero sobre todo una manera de explicar muchas cosas gracias principalmente a ese Main Theme que señala que es lo verdaderamente importante dentro de su maremágnum de imágenes.
Tengo especial adoración por el trabajo de un compositor, el polaco Zbigniew Preisner, que apoyó con unas melodías fantásticas las películas de su gran amigo Kieslowski. La doble vida de Verónica era un verdadero canto a la vida, pero sus temas principales para Tres colores fueron la constatación de su genio. Azul, sobre una mujer enfrentada a la muerte de su marido, tenía el Primer Movimiento para una sinfonía inacabada; Blanco, sobre el desamor, era un tango; mientras que Rojo, sobre una historia que se repite, era un bolero. ¿Es o no la música la mejor manera de explicar muchas cosas?
Una pequeña melodía de flauta nos prepara para la más melancólica de las experiencias; o el piano minimalista de Satie, sus Gymnopedies, que tan bien utilizó Woody Allen en la genial Otra Mujer, o la clasicista El velo pintado, puede traer recuerdos llenos de emoción. Los chillidos de violín, nos enseñó Bernard Herrman, son lo mejor para meter el miedo en el cuerpo; y el viento metal le viene como anillo al dedo a la épica –cuánto han bebido Miklos Rozsa, John Williams o Hans Zimmer de autores como Holst y uno de sus Planetas: Marte, el Dios de la guerra-.
Siempre he pensado que los verdaderos aficionados al cine, tienen muchas papeletas de ser unos más que decentes melómanos. Si ves Ascensor para el cadalso, no puedes evitar caer en la trampa de adquirir tan genial banda sonora de Miles Davis, y a partir de ahí, ir ampliando tu acercamiento al jazz. O si contemplas 2001, puedes descubrir las enigmáticas variaciones de Ligeti y conocer mejor autores más complejos dentro de la llamada música clásica.
La música es un elemento mágico que sabe redoblar el efecto de muchas escenas o, en muchos casos, intentar ocultar la incompetencia de los que dirigen. ¿Será por eso que los mejores cineastas son los que pueden hacer buen cine sin necesitarlo? Piénsalo bien: la próxima vez que veas una buena escena, intenta quitarle el sonido. A ver si lo resiste…
miércoles, 8 de diciembre de 2010
La extraña pareja
martes, 7 de diciembre de 2010
Ya nadie nos hace reír
Toda esta conversación hizo que me viniese a la cabeza Los viajes de Sullivan, en la que un productor de Hollywood decidía recorrer la Norteamérica profunda buscando historias humanas que reflejasen los años de crisis tras el crack del 29. El panorama era desolador, pero al final descubría que no había nada mejor que un entretenimiento divertido y directo para poder seguir adelante con las dificultades.
Desde luego, la comedia tuvo una época dorada en la década de los 30 y los 40 gracias a la screwball comedy que se dejaba invadir por los vientos esperanzadores del New Deal de Roosevelt. Eran películas ágiles, picaronas y muy, muy divertidas. Cosas como Luna Nueva, La fiera de mi niña, Sucedió una noche o Ninotchka, así lo testificaban.
Pero ahora que nosotros estamos también inmersos en otra crisis que hace que día tras día asistamos a muchos dramas por falta de trabajo, pocos son los que se atreven a hacernos reír. El gran refugio de la carcajada se ha quedado para la animación, sobre todo gracias a Pixar. Desde luego, la última vez que recuerdo haberme reído de lo lindo delante de la gran pantalla fue con dos productos de Pixar (puede ser que mi complejo de Peter Pan también ayude a la causa): Up y Toy Story 3.
Seguro que a muchos les ocurre. En su entorno cercano tienen a gente que les gusta ir al cine a ver cosas positivas, y cuando les piden su opinión sobre qué les recomiendan la respuesta resulta difícil. Mis DVD’s de Un funeral de muerte y Pequeña Miss Sunshine echan humo, porque los de Apatow y compañía con Superfumados, Supersalidos y demás no terminan de cuajar en ese target. Tampoco las últimas cosas de Kevin Smith. El otro día quise sorprender a una de esas personas de gustos poco dramáticos con Hazme reír y casi nos echamos a llorar.
La comedia parece estar al alcance de muy pocos. Un arte difícil en una sociedad como la nuestra, tan resabida y de vuelta de todo. Sin embargo, el drama, que conecta rápido con el patio de butacas, parece ligar con la intelectualidad; y el humor, que ha de estar mucho más trabajado para conseguirlo, con el espectador de a pie. Curiosas paradojas de la vida que a veces me llevan a pensar que el consejo más acertado puede estar en las manos menos cultivadas, las de aquellos que, como los trabajadores de Los viajes de Sullivan, se divierten con una pequeña historia de animación que les hace reírse a carcajadas.
miércoles, 1 de diciembre de 2010
Pequeño recuerdo en el 75 cumpleaños de Woody Allen
lunes, 29 de noviembre de 2010
Al cine le sienta bien el blanco
viernes, 26 de noviembre de 2010
Para ser una chica Hawks
Hay que reconocerlo: podían llegar a ser insoportables. Al pobre de Cary Grant le tenían frito. Recordemos a la hiperactiva y cabezona Katharine Hepburn en La fiera de mi niña o a la empeñada Paula Prentiss en Su juego favorito, o, por supuesto, Rosalind Russell: ¿qué periodista no sueña con mostrar su agudeza y rapidez?
Pero Grant no era el único. También pasaba lo suyo Gary Cooper en Bola de fuego, enfrentado, de nuevo, a la efervescencia de Barbara Stanwyck, una particular Blancanieves que conseguía distraerle del alto propósito de finalizar su querida enciclopedia junto a los otros enanitos. O, cómo no, Humphrey Bogart, enfrentado a la magnética Lauren Bacall dándole alguna que otra lección.
Rompían esquemas sin despeinarse, y eran tan importantes en el devenir de los acontecimientos que, desde luego, iban más allá del habitual papel de comparsa al que se las sometía en el cine de Hollywood. A mí me hubiese gustado ser una de ellas por el simple hecho de saber silbar –que en los conciertos es muy práctico-, aunque siempre me quedará el recurso de tirar de algunas de sus frases más o menos lapidarias. Recuerden, recuerden, en este vídeo resumen...
miércoles, 17 de noviembre de 2010
John Ford, el hombre que miraba a los ojos
sábado, 13 de noviembre de 2010
Adiós a Luis García Berlanga
viernes, 12 de noviembre de 2010
Recuerdo en 'off' de 'Blade Runner'
El caso es que la primera vez que la vi creo que no llegaba a los doce años y una de las cosas que más recuerdo es la escena en la que la replicante Pris sumerge su mano en un gran hervidor de huevos cocidos. Con el tiempo me di cuenta de que había escenas mucho más crudas, como cuando Roy sacaba los ojos a su creador, Tyrell (una cabeza artificial que costó nada menos que unos 10.000 euros).
martes, 9 de noviembre de 2010
Harrison Ford, el macho alfa
viernes, 5 de noviembre de 2010
¡Los Goonies nunca mueren!
Así surgió la película de toda una generación: The Goonies. De darle forma de guión se encargaría Chris Columbus, más tarde director de Solo en casa; y Richard Donner, el de Arma Letal, la dirigiría. Cumpl 25 años y yo también he podido reírme evocando algunos de sus momentos más graciosos con amigos y compañeros. Especialmente ganaba por goleada el personaje de Gordi (‘Chunk’ en el original) un chico con aptitudes de artificiero: al pobre se le caía casi todo lo que tocaba -acuérdense de la figurita del David de Miguel Ángel perdiendo la parte “que más le gustaba a mamá”- y metía la pata hasta el fondo con los Fratelli. Éstos le pedirían que les contase todo lo que sabía, “desde el principio”, y el chico, claro, les soltaba con lágrimas en los ojos sus bufonadas más clamorosas desde que tuvo uso de razón. Una mina. Sobre todo cuando se juntaba con Slot, el gigantesco ser deforme que parecía homenajear Peter Jackson con su personaje de Gothmog en El retorno del rey.
Artículo publicado en El Confidencial
miércoles, 3 de noviembre de 2010
John Wayne ¿era el mejor?
Todo el tiempo me lo decía y yo ya me cansé de rebatirle. Eso sí, para fastidiarle le mencionaba que John Ford siempre lo sacó tan bien porque en el fondo estaba enamorado de él. Para muestra un botón. ¿Recuerdan el momento en que aparece por primera vez en La diligencia? La cámara se acerca mientras él hace girar su rifle y no enfoca hasta el final su cara: ahí sí que estaba atractivo. Fue su gran bautizo en la gran pantalla. Ha nacido una estrella.
De andares inconfundibles y más bien seco cuando no era bien dirigido, se convirtió en el gran intérprete del western gracias a papeles como el Ethan de Centauros del desierto -un outsider racista y rencoroso-, o Tom Doniphon -otro outsider- en El hombre que mató a Liberty Valance o Thomas en Río Rojo -¡Ay, otro outsider!, va a ser que el western es más radical que la generación beat, ¡y yo sin enterarme!-, una de las películas con más dobles sentidos eróticos (“Me gusta tu pistola”) que hizo con otro director que le sacó el máximo provecho, Howard Hawks.
Aunque frecuentemente interpretaba papeles a los que les gustaba la violencia más que a un tonto un lapicero -qué fuerte lo de dispararle al cadáver de un indio a los ojos para que no encontrase su paraíso-, de vez en cuando se mostraba encantador. En El hombre tranquilo, le pasaba eso: se tranquilizaba. Todo porque era un boxeador traumatizado que buscaba la paz en su aldea irlandesa de origen y de paso se casaba con la pelirroja del lugar, la encantadora Maureen O’Hara. Esta cinta dio de sí no pocas discusiones con mi padre. Que “mira si es cabroncete `el Wayne´, dándole estopa a la pobre chica”. Que “anda que hacerla andar medio descalza por todo el prado”. Él siempre me contestaba que había que verlo en su contexto, pero vamos, por más que le daba vueltas al asunto no le encontraba lógica.
Más tarde descubrí lo encantadora y romántica, en el buen sentido, que era la película gracias a escenas como aquella bajo la lluvia de la que ya hablé aquí, o el momento en el que manda a la mierda la dote que tanto le ha costado conseguir. Desde entonces sueño con irme al lugar en el que se rodó, Innisfree, como hizo José Luis Guerín en su recomendable documental del mismo título.
Pero volvamos al oeste, el territorio natural de Wayne. Aunque no fue su gran papel, me encanta verle en Tres padrinos junto a Pedro Armendáriz y Harrey Carey Jr. -a cuyo padre Wayne homenajearía tocándose el brazo como él hacía en el fantástico final de Centauros del desierto-; también de capitán en La legión invencible, avanzando entre truenos con su largo guardapolvo, hablando frente a la tumba de su esposa -vamos, que ni Cinco horas con Mario-. Recuerdo alguna viendo junto a mi padre películas que no me gustaban tanto de él: Rio Lobo, El gran McLintock o El ángel y el pistolero.
Aunque me cueste reconocerlo -y más delante de mi progenitor- el bueno de El Duque -el auténtico y no ese sucedáneo televisivo- me hizo pasar tardes gloriosas de cine. Y sí, no he cambiado de idea: John Ford estaba secretamente enamorado de él.
Entrada publicada originalmente en El Confidencial
lunes, 1 de noviembre de 2010
Hitchcock explica su McGuffin
sábado, 30 de octubre de 2010
'Lady Chatterley', de cómo el erotismo lleva al conocimiento interior
Pero, aun así, el resultado final es fabuloso, porque Lady Chatterley conecta directamente con la sensibilidad del espectador, por lo que nono cabe duda de que surjan voces discordantes que hablen de su lentitud y excesiva parsimonia. De todo tiene que haber en el mundo de la cinefilia.
lunes, 25 de octubre de 2010
El temido final abierto: como la vida misma
Los finales abiertos han tenido siempre muchos detractores, pero siguen siendo el broche perfecto para ejercicios cinematográficos de todo pelaje. Las sagas, continuadas o no, han dejado buena constancia de la fórmula, con ejemplos tan sanos como El imperio contraataca, El Padrino II, las cintas de Bourne o los últimos Batman.
Sumen también las películas con cierto aliento histórico, perfectas para redondear la jugada, sabiendo como sabe el espectador un poco cultivado lo que se viene encima. Paisajes al fondo de una acción que se terminan metiendo en el relato. Como cuando en Soñadores una piedra lanzada por algún manifestante del Mayo del 68 parisiense rompe un cristal de la casa en la que dos hermanos y un amigo han creado su retorcida burbuja. O como cuando en Apocalipto, después de una aventura muy dramática, una familia indígena se reúne y parece que todo va a volver a su sitio, pero observamos que a esas costas americanas llegan unos hombres con ropajes brillantes y metálicos.
Pero su máximo valedor es, sin duda, el cine de autor, especialista en hacerlos muy incómodos. No sabría decir si el cine de David Lynch –con cositas como Carretera perdida-, de Godard, de Jarmusch, del recientemente desaparecido Chabrol, de Haneke –recuerden la desasosegante Cache- tiene finales abiertos o es que, en general, toda la trama es demasiado libre y eso nos despista. Pero, desde luego, sí que son abiertos y geniales los de la recientemente recuperada La Aventura, de Antonioni, y otras de él como Blow Up, donde el espectador debe entender el juego y devolver la bola; o esos finales bergmanianos que te hunden en la miseria -Persona o El Silencio-.
Ya saben que no hay nada como el cine para hablar de la vida misma, tan imperfecta e inconclusa, y es por eso que el final de algo puede ser el mejor de los comienzos. Me gustaría poder decir, como en ese magnífico pero indeciso final de Blade Runner, “He visto cosas que no creeríais”, y continuar, pero quizá en tiempos tan adversos ya nada es tan increíble que merezca la pena ser contado.
La hija del acomodador cambia de sala (ahora se instala aquí) pero en esas butacas que seguirán siendo un tanto añejas espera seguir contando con todos aquellos que le mostraron su cariño al interesarse por alguna de sus cinéfilas obsesiones. Les espero.
Entrada publicada en El Confidencial
domingo, 24 de octubre de 2010
Cine y vino, un maridaje casi perfecto (y II)
Entrecopas: Un buen pinot noir de California, que puede ser un Clos Pepe. Si no se encuentra, optar por uno de la misma uva como Citius, de Alta Pavina; o Vinya des more, de Miquel Gelabert; o Mas Borrás, de Miguel Torres. Con un merlot sencillo, pero efectivo, se puede optar por el Arrayán.
Hay una chica en mi sopa: Por aquello del espíritu setentero de la cinta, optaría por un vino juguetón como el sexy wine Corral de Campanas, de Toro. Aunque también barajo las opciones de uno un poco alcohólico -aunque no se note-, pero que gana con el paso de los minutos: El Regajal.
Guerra de vinos: Tomar un buen chardonnay californiano al estilo del Marimar, combinado con un cabernet sauvignon francés, humilde pero efectivo, como el Chellan de Chateau de Segur.
Un buen año: Si tienen la suerte de encontrar un Tempier (que creo que es el que toma el protagonista junto a su tío) sería una buena apuesta. Pero, si no, opten por un vino provenzal como el Chateau de Pierre Pibarnon.
miércoles, 20 de octubre de 2010
Cine y vino, un maridaje casi perfecto
Creo que es cosa sabida en el mundillo enológico, que una de las películas que mejor ha sabido reflejar el encantamiento de sus efluvios ha sido Entrecopas. Es perfecta para acompañarla con un buen pinot noir y con un merlot, más normal para experimentar las sensaciones contrapuestas con respecto a las dos uvas de nuestro inteligente pero algo inmaduro protagonista. Estas palabras en boca de Virginia Madsen, resumen la filosofía del buen apreciador de vino: "Me gusta pensar la evolución del vino, como si fuera una cosa viva. Me gusta imaginar cómo fue el año en que crecieron las uvas, si fue un verano soleado o lluvioso... cómo era el clima. Pienso en toda esa gente inclinada, eligiendo las uvas...”.
Recientemente recuperé, gracias al festival Cine Gourland de Getxo, Guerra de vinos, una película que desperdiciaba la historia genial de un británico que organizó en 1979 la que se conoce como Sentencia de París. En ella se hizo una cata a ciegas de vinos franceses contra californianos de uvas cabernet sauvignon y chardonnay, competición que dejó en evidencia a los caldos galos. Es por eso que quizá sería bueno regar este filme con un buen vino del Valle de Napa. También pensando en despistar a la vista con el gusto y el olfato, por aquello de no prestarle mucha atención a una dirección pésima.
Aunque buscando cosas imposibles, no está de más mirar de nuevo a la filmografía de Peter Sellers, el hombre de las mil caras. Si nos acercamos a la cinta Hay una chica en mi sopa, en la que el actor británico daba vida a un experto en gastronomía de la televisión, encontramos un aprieto en el que quizá se hayan visto en su iniciación al mundo del vino. Una divertida Goldie Hawn descuidaba una lección esencial a la hora de catar vino: había que saborear y escupir, porque si no corrías el riesgo de terminar borracha, como así sucedía. Hasta Woody Allen experimentó sus amables bondades acompañado por Diane Keaton en una cata de postín a la que acudían en Misterioso asesinato en Manhattan. Chispa y alegría, que necesitan de vinos capaces de funcionar como un buen postre.
El vino, sabemos, es una afición cara. Por eso no es de extrañar la gran cantidad de empresarios, grandes y pequeños, que han soñado con experimentar las vivencias de Russell Crowe en Un buen año. Muchos lo han cumplido con ayuda del interés creciente por una gastronomía de la que tanto se escribe y se quiere saber. Aunque también en plan ensoñador se planteaba Un paseo por las nubes en su esfuerzo de trasmitir los delicados cuidados que necesitan las vides.
Entrecopas dio en el clavo, pero tenemos sed de más cine maridado con vino. Algún ejemplo que nos descubra la capacidad de la gran pantalla para captar la esencia de tan efímero arte. Aquel en que, para saber si es bueno, “la respuesta está al final de la botella".
Entrada publicada en El Confidencial
miércoles, 6 de octubre de 2010
Ostras (y caracoles), Tony, llego tarde
¿Serán celestiales los besos que se dé con Marilyn en el más allá? Porque no creo que en ese lugar tenga a Hitler a mano para besarle en la boca y arrepentirse profundamente de haber comparado su opresión labial con la de Monroe. Aunque sus razones tenía: después de tropecientas tomas en Con faldas y a lo loco, la cosa perdía toda la emoción.
Han pasado unos días desde que Tony Curtis nos dejó. Fue en una jornada en la que España hacía números sobre la huelga, así que los periódicos no hicieron mucho caso a otras cosas. Como hija que tanto le debe a la educación cinéfila de corte clásico recibida por su progenitor, quería acordarme de él, quien, sin ser santo de mi devoción, he de reconocerle algún que otro milagro.
Curtis no nació para ser el protagonista, el gran galán, sino aquel personaje con cierto atractivo que ocultaba no pocas dobleces. Por eso, papeles como el de Fugitivos –que le brindó una nominación al Oscar-, pero sobre todo el de Albert DeSalvo en El estrangulador de Boston le dieron un considerable reconocimiento.
En los dorados años del VHS una persona de mi entorno vivía obsesionada con grabar su filmografía más conocida. No tardó mucho en hacerlo. De hecho, lo que más le costó fue hacer acopio de los capítulos de la serie Los persuasores, que protagonizó junto a Roger Moore. Y es que hemos de reconocer que Tony tuvo una carrera más bien dispersa en la que brilló por encima de todo una película: la mencionada Con faldas y a lo loco.
Ayudado por el gran Billy Wilder, hizo del travestismo un arte y, a pesar de que resultaba difícil llegarle a la suela de los zapatos a su partenaire, Jack Lemmon, llevó los suyos de tacón con una gracia de la que no muchas pueden presumir. La verdad es que ayudaban a completar el cuadro feminizado unos rasgos finos que, por otro lado, también le hicieron muy idóneo para el papel del sensible y tentador Antonino en Espartaco, la otra película que le hizo famoso.
Mientras Laurence Olivier le explicaba aquello de saber apreciar tanto ostras como caracoles en esa escena recuperada hace unos años de las garras de la censura, muchos podían confirmar las posibilidades de una ambigüedad más que evidente que, parece que no se plasmó en vida. Tuvo seis mujeres y la más admirada de ellas fue sin duda la primera: la bellísima Janet Leigh, con la que estuvo casado más de diez años.
Llego tarde. Lo sé. En mi twitter no será lo mismo. Pero sin saber qué más motivos dar para justificarme, traigo hasta aquí las palabras geniales de un guión que se han convertido en el epitafio de Curtis: “Nadie es perfecto”.