lunes, 28 de febrero de 2011

8 cosas sobre los Oscars 2011 (Jack Palance, te necesitamos)


1. Me niego a aceptar que Tom Hooper haya recibido un Oscar -y mira que le tenía cariño por John Adams o The Damned United-, por una película con un guión decente trasladado a la pantalla con poca maña. A él y no a David Fincher, que anda que no me habré sumado a la corriente que afirma que le “falta discurso” (los Oscars se lo han confirmado…), más de una vez. Su realización en La red social es más que notable. Una gran oportunidad perdida de reconocer a uno de los mejores creadores de atmósferas (con permiso de Shyamalan y Michael Mann) del cine actual.

2. Hubiese preferido que el premio gordo se lo hubiese llevado La red social, Winter’s Bone, Origen o Toy Story, más emocionantes, más personales que el académico ejercicio acerca de que los reyes también lloran, pero no demasiado, de El discurso del rey.

3. Natalie Portman se lo merecía por un papel en ese Cisne negro tan discutible: prefiero hacerme una sesión con Las zapatillas rojas o La doble vida de Verónica, y así sacar mucha más chicha. A falta de ver las de Kidman y Michelle Williams, Bening se lo podría haber llevado de una vez, aunque la que estaba extraordinaria era Jennifer Lawrence en Winter’s Bone. Es joven y seguro que su carrera agradece no tener la presión –o esa pequeña maldición que existe- de recibirlo.

4. Aunque a muchos nos cueste reconocerlo, Anne Hathaway tiene mucho talento. No sé si es por esa cara excesivamente angelical, pero a las féminas nos enerva especialmente. Lo de ponerle de comparsa a James Franco fue un error: le quitó brillo. Si no, recordad lo bien que se lucía al lado de Hugh Jackman.

5. Que el malva y el amarillo resulta que hasta quedan bien, si nos atenemos al vestido fantástico de Givenchy de Cate Blanchet. Por favor, un poco de originalidad, ya que no está la divina Tilda Swinton para que los expertos le puedan decir que es la peor vestida. Confieso estar hasta el moño de los ídem; de los nude, champanes, brisáceos y pasteles en palabras de honor aburridísimos; de vestidos que desaparecen a la mínima bajada de resolución de imágenes.

6. Geoffrey Rush, el actor que pone más carne en el asador en El discurso del rey, se queda sin premio. Era lógico para un gentleman entre personajes un tanto perdidos de la vida. El más enganchado de ellos, el que interpreta Christian Bale, se llevó el gato al agua. Nada que objetar, por otra parte: ganó el actor de las mil caras.

7. A lo mejor Melissa Leo o Colin Firth no tuvieron que trabajar tanto sus interpretaciones. Una fue espontánea y hasta soltó algún taco; el otro, predecible y soso. Maldades aparte, se lo merecían ambos, pero ¿ya no hay sitio para la sorpresa? Hubiese estado bien que, por ejemplo, se lo llevase la jovencita Hailee Stenfield por Valor de ley (que algún premio se merecía ¿o no?), o Jesse Eisenberg por La red social, papelón donde los haya de la mano de un actor genial. No me queda duda: necesitamos un nuevo Jack Palance abriendo sobres.

8. Por último, creo que no soy la única en quejarse: queremos los Oscars en abierto en España. A los que no tenemos Canal + también nos gusta hacer crítica de cada detalle de los premios con ojos somnolientos y lo peor es que ni siquiera se da la repetición completa en televisión, si no me equivoco…

viernes, 25 de febrero de 2011

'23-F. La película', nada que declarar acerca de los hechos

Si la pequeña pantalla tuvo su 23-F, el cine no iba a ser menos. Si te lo planteas, hay mucho donde rascar. Se puede mostrar la figura de Tejero como la de un héroe trágico muy visceral rodeado de patanes sibilinos que le dan palmaditas en el hombro… O centrarse en el papel del rey más allá de la versión oficial, tirando de incertidumbre fincheriana, por aquello de no mojarse demasiado... O, jugar con él qué hubiera pasado si la cosa cuaja… O utilizar un vidas cruzadas explotando con buenas formas el manido “¿Dónde estabas ese día?”…

Pensemos más bien en cronología, en ilustración simple y llana de unos hechos y acertaremos con la propuesta de Chema de la Peña (responsable de Isi/Disi o Sud Express). El problema es que aquí no tenemos a un fiel aprendiz de las artes de Alan J. Pakula, John Frankeheimer y otros tantos, y el resultado es una gris ilustración que se quedará corta para los que la vivieron y poco atractiva para las nuevas generaciones que se quieran ventilar el asunto en un par de horas.

Esquemática y en ocasiones risible, 23-F cuenta, eso sí, con un reparto en el que se cuela el buen hacer interpretativo de Fernando Cayo, que da vida a un hagiográfico Juan Carlos I (ya tenemos nuestro discurso del rey a la española-; Ginés García Millán, que hace de un apagado Suárez; Juan Diego, con el rostro de Armada; o Paco Tous, en la piel de Tejero. Salvar los muebles ante líneas de diálogo demasiado obvias –Tous es el que peor lo tiene-, les honra. No se puede negar que hay momentos de tensión más o menos logrados, que la recreación del ambiente no chirría demasiado... Pero ante la pregunta obvia: “¿Qué pretende contarnos?” reina el silencio.

Y es que la película se mete en el fango de las historias con la premisa de “basado en hechos reales”. En ella existen varios grupos. Los que quieren picar un poco de todo y no llegan a nada: Los que conducen el drama hasta el paroxismo –y cuando se critica, sus defensores responden ofendidos: “es que sucedió así”-. O, por último, los que saben lo que les interesa dentro de esa realidad siempre escurridiza y se lanzan con estilo a por ello: es lo que se merece un espectador inteligente. Después de lo señalado, ya saben donde incluir a 23-F.

Crítica publicada en zonaretiro.com


miércoles, 23 de febrero de 2011

Michael Fassbender, un actor hacia la cumbre


Su irrupción en la escena cinematográfica vino de la mano de 300. Mientras todos seguían el ardor guerrero del Leónidas de Gerald Butler y sus ya muy gastadas y hasta seleccionadas consignas, una parte del patio de butacas decidía abandonar toda lucha y rendirse a los encantos de su Stelios.

El atractivo de este germano-irlandés es intachable, pero sus dotes interpretativas no se quedan atrás. Buscad su interpretación en Hunger -un éxito de crítica-, embelesaos con su aura de Hollywood clásico en Malditos bastardos; descubrid sus trabajos en Angel, de François Ozon; la kenloachiana Fish Tank, o su nueva incursión en terrenos bélicos, Centurión.




Una sonrisa amplia a lo Ewan McGregor –con el que enseñará dientes en lo último de Steven Soderberg, Haywire-, pero con cierto aire sibilino estilo Ralph Fiennes, rasgos y mirada cercanos a los de Viggo Mortensen -¿habrá sido esa fijación de David Cronenberg por él la que le ha dado a Fassbender el otro papel en el esperado dúo psicoanalítico Freud-Jung?-,  y un camaleonismo próximo al que se gastaba Daniel Day-Lewis, con el que se le compara habitualmente. 

Soderberg y Cronenberg no serán los únicos que le empujarán cuesta arriba. Lo primero que llegará a las pantallas será una nueva adaptación de Jane Eyre, una buena manera ganarse una buena legión de jovencitas enamoradizas. Además, la difusión del trailer de la precuela de X-Men ya nos ha desvelado algunas pinceladas de su Magneto, con todo el fanatismo que le puede acarrear. Pero también repite en Shame con el director Steve McQueen -con el que hizo Hunger-, participa en At Swim-Two-Birds, el debut en la dirección del gran Brendan Gleason; protagonizará el acercamiento a Excalibur de Guy Ritchie, y Ridley Scott cuenta con él para su proyecto Prometheus, su precuela de Alien.

El cine de autor parece condenado a perderlo definitivamente en favor del taquillazo, a poder ser, de época. Pero confiemos que su olfato para los buenos proyectos no quede demasiado anulado por el dulce olor del dinero. No lo perdáis de vista.

domingo, 20 de febrero de 2011

'Winter's Bone', la sorpresa de la temporada


Acudes al cine pensando que estás ante el último vástago del cine independiente de Sundance, aquel que te hace bucear en las miserias de la profundidad norteamericana, y te llevas una sorpresa mayúscula.

Winter’s Bone tiene mucho de cine negro gracias a una protagonista como la joven de 17 años a la que interpreta tan fantásticamente Jennifer Lawrence, ejerciendo de detective incómoda a la búsqueda de su padre. También de realismo sucio: exponer la forma de vida en un deprimente medio rural a base de cocinar droga y trapichear con ella. Todo ello sin perder un aura poética nada efectista. Todo medido, todo muy sincero. Con un clímax brutal y un final que pone las cosas en su sitio fantásticamente. No os la perdais.

Pincha aquí para ver la web de la película

miércoles, 16 de febrero de 2011

'De dioses y hombres', el silencio es la respuesta


Después de películas como El gran silencio, que mostraba el día a día de un monasterio cartujo en pleno siglo XXI, está cinta sobre la historia real de unos monjes trapenses en una Argelia convulsa debería ser algo así como un bálsamo para los que buscan más chicha narrativa.

Aún así, dentro del relato de unos acontecimientos que terminan volviéndose realmente trágicos, Xavier Beauvois no olvida acometer una rutina de rezos que puede desesperar al espectador que no las digiera con el mismo espíritu contemplativo y evitando prejuicios religiosos. Si así lo hace, se encontrará con una fantástica cinta en la que los actores se pierden en sus personajes, y que se disfruta especialmente en los momentos en que éstos muestran sus debilidades: gran trabajo de Olivier Rabourdin dando vida al más joven de ellos.

Y es que al igual que el asesino a sueldo que vuelve a su casa y muestra su adoración por su hija pequeña, o se encuentra con un animal malherido y lo cura, aquí la santidad necesita de pequeños tropiezos vitales para resultar real, asimilable, humanamente gris.

Resulta genial su contraposición del silencio y del ruido. Más aún cuando llega el momento impagable de la cena y ponen a todo volumen un fragmento musical de El lago de los cisnes, y esa doble intencionalidad entre dramática y triunfal que poseen otra piezas como el 2º movimiento de la 7ª sinfonía de Beethoven, que también hubiese funcionado muy bien. Sus gestos son analizados al detalle y cierto suspense antes de llegar a un final triste y poético. Magnífica cinta.

viernes, 11 de febrero de 2011

Razones para ver 'I’m Still Here'


El resultado final quizá no justifique toda la polvareda que este mockumentary sobre el supuesto año perdido de Joaquin Phoenix ha levantado: hay mucho de aquí te pillo, aquí te mato. Y lo que es más importante: si se sabe demasiado de toda la pantomima, pierde parte del encanto. Pero hay que reconocerle unos cuantos méritos. Por aquello de ir al grano, aquí va la lista de razones para pagar la entrada para contemplar este experimento único dentro de la historia del cine.

1. Que os guste Joaquin Phoenix y su impronta introspectiva redondeada con esa postura caparazón que nos habla de una niñez complicada.

2. Que no os guste Joaquin Phoenix y por ello queráis reíros de él a costa de la ocurrencia.

3. Que queráis reíros de lo lindo de los medios sensacionalistas y sus posturas depredadoras ante lo, llamémosle, raro. Han probado de su misma medicina.

4. Que os caiga bien Casey Affleck, que es quien dirige. Un grandísimo actor, por otra parte.

5. Que os apetezca asistir a dos encuentros gloriosos: uno con Ben Stiller a costa de su encasillamiento, y otro, el mejor, con Sean ‘P. Diddy’ Combs. Impagable.

6. Que no os guste el hip-hop y su idiosincrasia. Los intentos del actor de dominar el arte son geniales.

lunes, 7 de febrero de 2011

Me rindo ante 'El Brujo': no os perdáis 'El testigo'


Un sobrio escenario, unas cuantas sillas, tres mesas y un pequeño telón rojo que sólo se verá al final. Luces un tanto dramáticas para dar atmosfera y movilidad a un parlamento solitario. Rafael Álvarez ‘El Brujo’ vuelve a Madrid y está dispuesto a hacer magia con estos elementos. Con ellos, con su arte y, por supuesto, con un texto: El testigo, que viene de la pluma de un enamorado del flamenco, Fernando Quiñones.

En escena tenemos a un personaje peculiar, un señor gaditano de los que les gusta exprimir el lenguaje a fondo, a fuerza de exagerar lo que dice, de ser redundante hasta la extenuación. De esta manera, ‘El Brujo’ capta en su esencia el modus vivendi de una generación a punto de desaparecer: esa que se crió a base de tabernear y aprender a palos.

Tal señor trae hasta las tablas a una serie de fantasmas, personajes que Dios tenga en su gloria y de los que parece ser el único que puede contar algo. El mayor de estos desaparecidos, el que centra el hiperrealista monólogo, es Miguel Pantalón, que de un momento a otro pasa de ser un cantaor genial a convertirse en un mediocre sin “encanto”. Un tipo que sacaría un solo disco en el que ni siquiera salía su foto.

Juego de intensidades

El actor despliega su dominio del gesto, tanto, que es capaz de hacer un juego de intensidades con él, combinándolo con una voz de cazallero cuyo volumen sabe subir o dejar en el susurro en el momento exacto. Además, como en otros espectáculos, demuestra que sabe meterse al público en el bolsillo con detalles como mirar la hora y decir que ya "no hay más que contar", porque "sería repetirse". Y sin embargo sigue. Y funciona.

Para el último tramo del espectáculo queda alguna de las anécdotas que deslizó en sus anteriores trabajos. Como cuando habla de la cojera de su padre, o de un sacerdote que tenía a Conchita Montes en sus oraciones. Es entonces cuando el patio de butacas estalla en carcajadas y no duda en levantarse para aplaudir con fuerza. Su despliege genial sin duda lo merece.

'El testigo' se representará en el Teatro Infanta Isabel de Madrid hasta junio.

Artículo publicado originalmente en El Confidencial

sábado, 5 de febrero de 2011

'Picnic en Hanging Rock', la inquietante historia salida de la pluma de Joan Lindsay


De entre las imágenes contempladas durante mi infancia en el obligado blanco y negro de nuestra phillips de 14 pulgadas, recuerdo muy especialmente los fotogramas de Picnic en Hanging Rock. En ellos unas jóvenes atraídas por un lugar intrincadamente rocoso se liberaban de unas medias negras que contrastaban con sus pulcros vestidos blancos de muselina. La mejor película australiana de la historia, se decía de ella. Volví a verla hace un año más o menos y me siguió pareciendo terriblemente inquietante, de esas historias que te dejan una mezcla de fascinación y mal cuerpo acrecentada con esa melodía musical esquiva y juguetona de viento madera que pone los pelos de punta.

A pesar de recibir con alborozo la publicación en España de la novela de Joan Lindsay en la que se basó la película –fantásticamente editada por Impedimenta-, su lectura fue quedando pendiente. Ahora que acabo de terminarla, no puedo hacer más que recomendarla vehementemente.

Picnic en Hanging Rock posee varios elementos que la hacen irresistible. Por un lado, un gran misterio configurado por una narradora que sabe manejar muy bien las formas del suspense. Por otro, ese choque entre una sociedad encorsetada heredada de Inglaterra y la naturaleza agreste de Australia; un país a medio hacer al que tantos llegarían siguiendo la siempre dulce promesa del oro o, al menos, un suelo más accesible que los muy preciados terrenos de la vieja Europa.



La fascinante narración de Lindsay pone al lector ante dos escenarios principales. Por un lado, el internado Appleyard: “Todo un anacronismo arquitectónico en medio de la abrupta maleza australiana. Un lugar incongruente, sin esperanza, propio de otra época y de otro continente” (pág. 20). Por otro, la presencia siempre amenazante de la formación volcánica de Hanging Rock: “El ojo humano era lamentablemente incapaz de abarcar tan monumentales configuraciones de la naturaleza” (pág. 56). En ese lugar tres alumnas y una profesora se perderán el día de San Valentín, el día de las ansias amorosas no colmadas o confusamente dirigidas ante la falta de consecuentes objetos de deseo.

Será el día en que estas jóvenes perderán su inocencia, o, como tan acertadamente señala en su prólogo Miguel Cane, se “desvirgarán”, quedarán tocadas de por vida ante unos hechos sin explicación. El momento en que romperán con ese aislamiento “de cualquier contacto natural”, y en que esos corsés “que les oprimían el plexo solar” no podrán servir de escudo contra lo inesperado.

Joan Lindsay es la mejor guía posible para un relato de misterio propio de oscuras mansiones y bosques ingleses, de una historia de un autor decimonónico, y, sin embargo, llevado a la luz cegadora de las antípodas y concebido en 1967. Me rindo ante momentos como estos y con ellos termino mi recomendación:

“Siempre hay algún instante en nuestro globo giratorio que no se deja medir bajo los parámetros que empleamos habitualmente para controlar el paso del tiempo. Es algo que experimentan a diario millones de personas. De pronto dan con un fragmento de la eternidad que jamás tendrá relación alguna con el calendario ni con los movimientos del reloj” (pág. 199).

“A pesar de lo que verdaderamente nos interesa de esta historia son los hechos reales que tienen lugar a plena luz del día (…), la experiencia nos muestra que el alma humana es capaz de los mayores atrevimientos durante las horas de silencio que transcurren entre la medianoche y el amanecer. Rara vez se habla de esas horas de fecunda oscuridad, cuyos secretos frutos generan la paz y la guerra, el amor y el odio, la subida al trono o el destronamiento de los reyes”. (pág. 214).

miércoles, 2 de febrero de 2011

Hoy es el día de la marmota


Desempolvad vuestro DVD de Atrapado en el tiempo y encontrad un huequito en vuestras vidas para recibir su sabiduría. Hoy es el día de la marmota. El día en el que la pequeña localidad de Punxsutawney, en el estado de Pennsylvania, celebra un curioso acontecimiento. Gracias a una marmota llamada Phil predicen la duración del invierno. Vamos, que ni Maldonado en sus mejores tiempos tuvo semejante rival.

En esa jornada, la vida de nuestro héroe cambiará para siempre. Phil, que así se llama el inolvidable personaje interpretado por Bill Murray, dejará de ser un televisivo meteorólogo un tanto cínico, para convertirse en un ser generoso que empieza a darse cuenta del valor de los detalles.

Todo en un solo día. El 2 de febrero. El día de la marmota. Una jornada que empezará una y otra vez con el sonido de la canción de Sonny and Cher I Got You Babe que sale de su radio despertador cuando marca las seis. Una repetición en un principio desesperante, pero finalmente muy indicada para esas cosas que siempre quiso hacer y nunca tuvo tiempo. Aprender a tocar el piano, a salvar a un atragantado gracias a la maniobra de Heimlich, esculpir en hielo, saberse las vidas de todos los habitantes del pueblo a los que tanto rechazaba al principio y, sobre todo, conquistar a la mujer de sus sueños -una encantadora Andy McDowell- de muy diferentes maneras.

Phil despierta y empieza a sacarle jugo a la vida. La marmota sale de su agujero y empieza a ser feliz. También a descubrir que, por mucho tiempo y previsión que se tenga, hay muchas cosas que no se pueden solucionar. Como cuando quiere salvar de la muerte a un anciano que vive en la calle. Lo intentará una y otra vez, pero tendrá que enfrentarse a la evidencia de que, como le dirá una enfermera, “ya era su momento”. La vida es así.

Fantasías como la contenida en esta cinta dirigida por Harold Ramis nunca desvelaron tantas verdades vitales. Momentos inolvidables que nos hacen disfrutar sobremanera. La panacea de los que siempre quisieron tener segundas oportunidades para arreglar las cosas, de los que siempre pensaron, como aquí he comentado alguna que otra vez, que la felicidad se asienta en un mecanismo de repetición.

Bill Murray no consiguió el Oscar. Ni siquiera fue nominado. Tampoco la película. Pero para muchos es una de las mejores de la historia del cine. Para mí también, o, por lo menos, una de las que más disfruto. Hoy cumpliré con el rito de volver a verla, para, como Phil, volver a disfrutar de nuevo de esas pequeñas cosas que me hacen feliz. La marmota quiere despertar otra vez.

Entrada publicada originalmente en El Confidencial