Malick lleva en esta ocasión a su cine unos pasos más allá: su maravillosa capacidad de ir de lo particular a lo universal -o demostrar su tensión- o su obsesión panteísta se muestran aquí más exacerbadas que nunca. El cineasta norteamericano plantea una historia acerca de la lucha de la vida por abrirse paso, de cómo los más fuertes siguen adelante, pero también de la presencia de una gracia, una capacidad de amar, de compadecer y dejar a un lado nuestra naturaleza, que nos hace criaturas divinas. El viaje es arduo, inquietante: desde una familia que vive un gran drama hasta el comienzo de los tiempos. Un gran salto, una gran elipsis que nos retrotrae a la de 2001, una odisea del espacio. Un viaje magnificado con un brutal tema musical: ese Lacrimosa del Réquiem que en su día Preisner dedicó a Kieslowski. Si la música tiene a veces mucho poder en el cine (ver Cine con buena nota), aquí lo demuestra. Es inútil seguir tragando palomitas: bienvenido a la comunión total con la pantalla. Reserva, plebeyo, esa mala costumbre para atronadoras propuestas que ocultan tu ruido y deja disfrutar al resto de silencios tan significativos como los que aquí se dan.
Tras ese gran salto, volvemos a la familia. Si algo resulta subyugante en esta cinta es la narración de la infancia de estos hermanos a través de un conjunto de movimientos, de gestos, de reacciones hacia dos polos opuestos: un padre que los constriñe, que les encierra en un rígido círculo de normas y una madre que expande su mundo hacia el exterior. Pocos han podido mostrar tan bien ese intento de un niño de abrirse paso en el mundo, de contener su poder sobre otros, de intentar empezar a manejar su frustración. Magnífica la credibilidad de los actores.
Si el espectador supo aprender las lecciones de sus dos películas anteriores, la magistral La delgada línea roja y la hipnótica El nuevo mundo, sabe que ha de acudir al cine con un espíritu contemplativo. El cine de Malick es el "yo persigo una forma" de Rubén Darío, y tú has de querer lo mismo que el director. Y en ese seguimiento de sus ondulantes movimientos, de magníficas grandes angulares, has de abandonarte definitivamente.
Después, hacia el final, nos despertaremos del sueño y pensaremos: ¿había necesidad de ser tan reiterativo en cuanto a lo trascendental de estas criaturas que vagan por la playa? ¿No quedan esas conexiones entre las historias un poco sueltas? ¿No le falta peso al personaje de Sean Penn? Pero el premio ya lo hemos conseguido antes y felices abandonamos esa sala en la que hemos constatado que el cine puede ser una gran experiencia mística.
Eres la primera persona a la que leo preguntas, que yo misma me planteé cuando salí de la sala, tras ver la película de Malick.
ResponderEliminar¿Eran necesarios los dinosaurios? ¿Para qué tantas imágenes playeras? y sobre todo ¿Sean Penn, únicamente, cinco minutos en dos largas horas de proyección?
Estoy aburrida de todos los que la ponen como una obra maestra. A mí me gustó, sin más.
Bueno, bonita, creo que te mereces que tu blog se posicione muy arriba, así que voy a los premios 20blogs para dejarte mi voto.
Quedas invitada a mi sitio, si te apetece, también participo en el concurso...
http://lablogoteca.20minutos.es/busqueda/premios-20blogs/mi+modo+de+ver+la+vida/
Un abrazo, guapa y muchísima suerte.