Una de las cosas que me ha permitido internet es tener la ocasión de conocer mucha gente con la que siento una gran cercanía por la pasión que demuestran por el cine. Personas que escriben maravillosamente sobre ello, aunque no tenga nada que ver con su ámbito profesional. Es algo más que eso: es como su pequeño gran proyecto aparte.
A raíz de mi reciente y pequeña inmersión académica en el asunto, no dejo de maravillarme de la cantidad de personas que defienden sus conocimientos a base de certificaciones, masters, licenciaturas (y aquí podría indignarme hasta decir basta con aquellos que dicen que alguien es inteligente por tener una carrera...). La experiencia me dice que todo está por demostrar. ¿Quién va a saber de cine más: un estudiante de Comunicación Audiovisual o alguien que, por ejemplo, no terminó el bachillerato pero se pasa el día en la Filmoteca, leyendo sobre directores y más que vivir la vida vive el cine? Yo lo tengo claro.
Ahora parece que sabes de algo si hay un certificado que lo acredite, si lo has estudiado de una manera reglada. Es el absurdo. Cuánta gente obsesionada en conseguir la más alta cualificación ha ido demostrando que fuera de ese ambito es incapaz de tener la más mínima curiosidad por un tema; son incapaces de disfrutar conociendo algo por el simple placer personal de ver hacia dónde les lleva, a qué otros campos le conduce. Solo necesitan reafirmación exterior, necesitan algo a cambio. Esos conocimientos son una vía, nunca un campo en el que abandonarse y disfrutar.
Mis padres no pudieron terminar en su día sus estudios básicos, pero gracias a ellos conseguí ver mucho cine. Westerns clásicos con mi padre y películas más sesudas gracias al afán autodidacta de mi madre, que en su día quedó tocada con 'El séptimo sello' de Bergman o 'El sirviente' de Losey. Puede que por eso nunca me haya deslumbrado la brillantez de los títulos académicos (en los que en la mayoría de los casos interviene el factor "tener dinero para pagarlos") y sí el obstinado empeño autodidacta de muchos que tuvieron que dedicarse a salir adelante trabajando sin recibir mucho a cambio, pero que aun así no descuidaron sus inquietudes.
En una sociedad obsesionada con certificar valías varias hay que saber tomarse tiempo para apreciar a las personas por su desarrollo interior y por su capacidad para, a pesar de las dificultades y de la estupidez galopante que nos rodea, dejar que algo que les apasiona sea la mejor excusa para no dejar de aprender nunca.