lunes, 27 de febrero de 2012

'Shame': retrato de un depredador inconsolable

"Eres inconsolable". Tras varios mensajes de urgente afección intercalados en una aséptica rutina sexual llega esta frase que parece dirigirse directamente al centro de la situación que nos presenta Shame, el último trabajo del solicitadísimo Michael Fassbender (Ver Michael Fassbender, un actor hacia la cumbre). Y es con él con quien se debe empezar, porque ofrece aquí una de las interpretaciones más perturbadoras que se hayan podido ver en años, totalmente ninguneada por los Oscars. Una verdadera pena. 

Su Brandon Sullivan es un voraz depredador sexual que muestra sus armas desde esa contundente escena inicial en el metro, pero a la vez es un ser inseguro e huidizo del que Fassbender sabe transmitir al espectador toda su fragilidad con una cercanía increíbleResulta fantástico cómo se entiende cada gesto, como se muestra lo que se cuece en su interior sin dejar de hacernos pensar que hay todavía hay algo desesperadamente guardado. 

El más largo encuentro sexual nos devuelve a Hunger, el trabajo que puso al director de Shame, Steve McQueen en el mapa -más allá de remitirnos con su nombre a todo un icono del séptimo arte- y también en parte a Fassbender. Esa avidez, esa expresión en el rostro del actor es desgarradora: es el momento que más pudor produce; mucho más que el despreocupado y comentado desnudo del principio.

McQueen perfila la historia muchísimo. Va a lo esencial. Si en Hunger se mostraba más adusto e irregular, aquí encuentra el tono que necesita e incluso se permite licencias, como ese camarero que interrumpe en la cena. El cineasta intenta evitar los subrayados, aunque apunta sin rodeos a que si bien el protagonista se muestra como un enfermo perdido en su adicción, lo que le rodea manifiesta los mismos síntomas.

Hay en Shame. además. un juego con esos encuadres de los que el personaje parece querer escapar, empezando por el primer plano -perfecta síntesis del relato-, así como un par de travellings de acompañamiento a la carrera del personaje: simbólicos ida y vuelta a una situación imposible de digerir con su hermana, cuya historia finalmente viene a desequilibrar el tono sobrio y medido del guión, a veces, para qué negarlo, un tanto aséptico.

Es un punto que viene a desinflar esta historia narrada con ritmo hipnótico que provoca sensaciones no fáciles de digerir; un planteamiento sin respuestas, ni explicaciones, pero con una fuerza que hace que se quede contigo por un buen tiempo.

lunes, 20 de febrero de 2012

'War Horse': animales como nosotros

Te acercas al cine a ver lo nuevo de Spielberg con ilusión. Piensas en dos elementos: la apasionante Primera Guerra Mundial y la honestidad de un caballo. Y, claro, deseas con fervor que sea un nuevo clásico. Una historia inmarcesible de honor y bondad. pero sin perder de vista que seguramente el final esté un poco pasado de rosca, que si no, no cuadra con el poderoso cineasta. 

Aunque soñar es bonito, la realidad es otra. La primera media hora de película te invita a perder toda la fe en la historia. Los diálogos no tardan en demostrar su sonrojante infantilismo y el actor principal, el que se rinde a la majestuosidad del protagonista equino, es de una parquedad expresiva evidente. Spielberg piensa en John Ford en estos momentos, pero le falta un guión que respalde sus intenciones.

El tratamiento fotográfico de Janusz Kaminski es especialmente llamativo. Al principio parece cargar las tintas con esa exhacerbación del color para dar un tono inocente e idílico. Pero no. Es la historia -edulcorando en exceso el comienzo, desnaturalizando tantos momentos- la que no sabe estar a la altura de esta apuesta lumínica en la que progresivamente, con ayuda de una atmósfera cada vez más oscura y dramática, se hace evidente la presencia aterradora de la guerra.


War Horse posee dos historias de supervivencia y la que gana por amplia mayoría es la del caballo -¿será porque no hay diálogo que la estropee?-.  Es ahí donde Spielberg demuestra que rueda como nadie, porque es imposible no rendirse a la épica de ese caballo avanzando por las trincheras con las bombas al fondo, encarando el tanque, moviéndose con rabia entre las alambradas; imposible no emocionarse con el lirismo de la entrega y sacrificio ante la lenta agonía de otro compañero de fatigas.

La película quiere recuperar estos viejos valores de honorabilidad, de sentido de la amistad... pero olvida dar cancha a una mirada moderna. La que sí contiene, por ejemplo, otra cinta con el mismo propósito, Master & Commander, en la que el médico interpretado por Bettany mira con ironía al capitán Aubrey cuando éste cuenta la paternalista historia de Lord Nelson ofrecienciendo su capa a un necesitado.

Nos quedamos con las ganas de una gran historia vertebrada en torno a este caballo que de mano en mano va, algo así como el violín rojo de la cinta del mismo título. Solo que aquí la excusa para ese viaje es el único aliciente. Poco para esas dos horas y media de duración en las que queda patente que por culpa de la guerra nos convertimos en animales y a la vez quisiéramos ser como ellos.

jueves, 16 de febrero de 2012

La felicidad de disfrutar de Chagall en Madrid

Con la gran ilusión de conocer de cerca una gran cantidad de obras del que es uno de mis pintores favoritos, me pasé por el Thyssen esta semana. Marc Chagall es bondad, ritmo, colorido abrumador, energía, recogimiento, fantasía... Su capacidad de empatía hace que el espectador no pueda evitar esbozar una sonrisa ante sus obras.


Y es que no cuesta imaginarse al artista torciendo la cabeza en gesto cariñoso, como sus pinturas nos obligan muchas veces a hacer en ese irresistible mimetismo que se ve entre visitantes de exposiciones y obras expuestas. Rostros unidos, personajes flotando, gorros levitando. Una serie de elementos conectados como las notas musicales en una melodía irresistible.


Hay también en su trabajo una unión entre naturaleza y ser humano: ese precioso gallo abrazado por una mujer, aquella vaca siempre presente junto a los recuerdos de su humilde aldea, de su infancia en un pueblo de Bielorrusia, y diversas sensaciones con respecto a un matrimonio que se adivina dichoso. Él es a veces azul y taciturno, pero es visitado de repente por la calidez de su entorno familiar.


Las sensaciones encontradas también tienen su sitio. Momentos sobrenaturales, que no surrealistas -como se encarga de recordar la información de la muestra-. Ese guante negro, ese ojo que todo lo ve todo verde, esa farola que se decide a echar a andar en el fondo.

La geometrización de los elementos está presente y estiliza y embellece a sus personajes, acompañados de un simbólico colorido que mira hacia Oriente. Detalles, estos y otros, que nos llevan a disfrutar de esta oportunidad única. Chagall visita Madrid a lo grande y se convierte en la más absoluta de las felicidades para los ya rendidos a sus encantos y aquellos que también caerán. Una pequeña inclinación de cabeza será el comienzo.

sábado, 11 de febrero de 2012

Lana del Rey, una voz nacida para David Lynch y no quieras saber mucho más...

La primera vez que oí su voz en la radio pensé que parecía sacada de una peli de David Lynch. Encontré cierta impronta de Badalamenti, ese aire retro-intenso de Isaak y el nombre me remató: Lana del Rey. Podía imaginarla en el final de la abstracta y fascinante Mulholland Drive salir al escenario en ese momento cumbre en el que una cantante, también con nombre hispano, Rebekah del Río -de ahí también la asociación-, sale a cantar Llorando

No iba desencaminada. Curioseando por youtube he podido encontrar algunos vídeos de entrevistas en los que parece a punto de llorar por los nervios, la tímidez o quién sabe qué, porque lo que si que no pierde es esa pose un tanto artificial de retirarse el pelo de la cara y cierto rictus que parecer poseer aquellas que evitan sonreir para intentar ganar alguna batalla a las arrugas.

Y es que verla ha devaluado el interés que me provocaban algunas de sus canciones. Esas uñas largas, esos retoques exagerados, esa melena larga teñida y cuidadosamente ondulada. Todo tan estudiado que da grima. 

Su caso me vuelve a demostrar que es mejor, como cuando lees un libro, no tener una foto del autor en la solapa. No querer ir más allá. Apreciar simplemente la obra y dejar a un lado mitomanías. Escuchadla, simplemente. Olvidad Google y Youtube. De verdad.